20 de abril de 2024

Inteligencia Artificial y Humanidad

Pía Lecaros A.

Directora-Fundadora de Brainmetrics. Master en Neurociencia Aplicada. Consultora Congreso Nacional.

La definición más ortodoxa de inteligencia artificial habla de una rama de la ciencia que abarca un conjunto de tecnologías computacionales, inspiradas en la manera en que los humanos usamos nuestro sistema nervioso y nuestro cuerpo para sentir, aprender, razonar y actuar. La definición más sencilla resume que se trata de una máquina actuando de una manera que parece inteligente.

El término fue acuñado en 1956, en una conferencia celebrada en Dartmouth College en Hanover (New Hawpshire). A partir de ese momento, se produjo un primer boom entre las décadas de los sesenta y los setenta debido al desarrollo de los lenguajes de programación. A este período pertenecen programas como ELIZA, un programa iterativo que interactuaba en inglés con una persona, especie de precursor de los chatbots actuales.

Los ochenta podemos definirlos como un momento de hibernación relativa. Será en los noventa cuando resurja gracias a Deep Blue de IBM, el primer ordenador que ganó a aquel ajedrecista legendario llamado Garry Kasparov.

Lo cierto, es qué desde hace un tiempo, la inteligencia artificial (IA) ha irrumpido en nuestra sociedad, y se ha instalado en los espacios laborales, deportivos, sociales y culturales. Y hoy, junto con proponernos qué serie o película ver, qué canciones o podcasts escuchar, según nuestro comportamiento pasado, también toma decisiones bancarias sobre quiénes pueden pedir dinero prestado con relación a su historial financiero e intervenir con predicciones en la contratación y despido de trabajadores.

Tal vez, no somos conscientes de la rapidez y sutileza con que la IA ha penetrado nuestra vida, pero los sistemas de IA, basados en algoritmos de predicción, están impactando en nuestra libertad de elección. Hoy si queremos ver, escuchar o comprar algo en la red, la IA usa nuestros comportamientos de navegación para mostrarnos opciones sesgadas al momento de elegir en base a “nuestras preferencias”.

Sin duda, la IA tiene muchos beneficios y seguramente en el futuro hará nuestras vidas más confortables, pero es importante darse cuenta hasta qué punto dependemos de ella en cuestiones tan humanas como la toma de decisiones cotidianas.

Esto no solo pone en cuestión nuestra libertad e identidad, sino que a larga podría impactar en el desarrollo cognitivo y conductual de las personas que aprendemos en la interacción con nuestro entorno. Donde las emociones, el error y acierto son aspectos claves de nuestro aprendizaje.

Una sociedad basada en la IA seguramente podría ser más eficiente y efectiva, pero también menos humana, ya que estaríamos negándonos la experiencia del azar y de la elección libre; y guiándonos por algoritmos certeros, con poco espacio para el error y sin connotaciones emocionales, lo cual podría situarnos al borde de la robotización humana, en términos de funcionalidad y productividad.

 

 

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